Ya casi es de noche. Entro a mi
habitación. Esta vez no prendo las luces y camino muy despacio hacia mi gran
espejo. Me detengo frente a él y lo miro fijamente, como siempre lo he hecho, levantando
mi rostro y sonriendo, pero ahora mi mirada es distinta: ya no luce como antes,
ya no parece tan vacía. Retrocedo algunos pasos y me acuesto en mi cama
empezando a recordar.
Todo empezó aproximadamente hace
2 años. Era un día de verano y faltaban pocos días para volver a estudiar después
de las vacaciones.
Todo era estupendo. Vería más seguido a mis amigas y
saldríamos a conversar sobre todo lo que habíamos hecho en este tiempo.Yo había notado que había subido
un poco de peso en las vacaciones, pero era algo a lo que no le daba importancia
hasta ese entonces. Pero un día, cuando salí con mis amigas a pasear, entramos
a una tienda de ropa y comenzamos a ver lo nuevo que había en ella.
Estábamos muy
alegres y nos reíamos mucho, cogimos varias prendas y nos fuimos a los
probadores. Cada una de mis amigas salía y preguntaba al resto: “¿cómo me
queda?, ¿me veo bien?”. La verdad es que a todas se nos veía muy bien con la
ropa que usábamos, éramos las más populares del colegio, pero Luciana ahora era
la que más destacaba: ella tenía el cuerpo más bonito. Creo que había estado
yendo al gimnasio en el verano.
Cuando quise probarme un polito que
me parecía muy lindo porque tenía un corazón estampado noté que me apretaba un
poco en los costados, pero igual salí del probador para recibir los halagos de
mis amigas. Cuando me vieron ellas sonrieron. Al comienzo me dijeron: “te queda
bien”, “que lindo tu polito”. Yo les decía: “creo que si me queda bien”, pero
Luciana sonrió y dijo en un tono malintencionado: “tienes mucho corazón, como
que bájale un poco a las harinas”. Todas se rieron y me sentí un poco
avergonzada. Desde ese día le comencé a prestar más atención a mi peso y mi
figura.
Ese mismo día cuando estuve cerca
a mi casa me fui a una botica para pesarme en una de esas balanzas electrónicas
y me sorprendí bastante cuando vi que tenía 4 kilos más de mi peso normal. En
ese momento comencé a recordar y pensar que había pasado. Pensaba que era
porque en el verano no hice ningún deporte, estuve visitando más seguido a mi
familia y había muchas reuniones y almuerzos. En verdad había descuidado un
poco mi apariencia.
Esa misma semana comencé a buscar
una dieta que me ayude a bajar esos kilos de más. Me alegré porque mis amigas
también me apoyaron y me daban algunos tips sobre la cantidad de agua que podía
tomar o las cosas que no podía comer. Durante las primeras semanas de la dieta
llegué a bajar un kilo, por eso me premiaba los fines de semana y salía con mis
amigos o almorzaba muy bien con mi familia pensando siempre “el lunes retomo la
dieta”. Además del colegio también había empezado a estudiar inglés por las
tardes y tenía muchas cosas por hacer. Las tareas me hacían estresar mucho, por
eso para relajarme y concentrarme mejor siempre tenía algo en mi mochila para
comer. Claro que era algo saludable como frutos secos, pero a veces por mis
ansias compraba papas fritas o piqueos, pero sólo a veces.
Bajé y subí de peso durante todo
este tiempo, pero también me daba cuenta que seguía pesando casi lo mismo desde
que inicié la dieta y eso me daba mucha cólera. Era injusto que haya estado
haciendo varias dietas y haberme esforzado y no haber logrado bajar más de
medio kilo. Me sentía tan mal. Poco a poco comenzaba a verme más en el espejo,
tocándome y aplanando mi estómago y comencé
a pensar que me veía fea, que ya no era
la misma de antes, que nadie se iba a fijar en mí y eso me daba mucha pena. Muchas
veces cuando llegaba de estudiar me encerraba en mi habitación y me ponía a
llorar. Mirando a mi espejo pensaba que yo solo quería ser como las demás, quería verme mejor. Sólo
quería ser una princesa… (Continuará)
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