Como todos los fines de semana, Javier fue a visitar a
su hijo Diego de 17 años. Mientras esperaba que su hijo retorne de visitar a un
amigo, empezó a recorrer la casa que compartió tantos años con su familia. La
culpa y nostalgia de la separación invadían sus recuerdos.
Cómo olvidar la infancia
de Diego y el tiempo que compartía en sus juegos y rabietas infantiles. De
pronto ingresó a su habitación, abrió las ventanas, ordenó la ropa del piso y
tendió la cama. Al sacudir las sábanas residuos de hierba cayeron al suelo. La
intriga y la preocupación lo llevaron a revisar toda la habitación.
En los
bolsillos de una casaca encontró pastillas de diversos colores con figuras
grabadas. Refundido entre los zapatos halló dinero, documentos que no le pertenecían
y un par de relojes. ¡Dios mío! ¿En que se ha metido mi hijo?, exclamó.
Diego llevaba cerca de 6 meses consumiendo y
distribuyendo drogas para ganarse un extra y mantener sus necesidades básicas.
Un escenario como este representa para muchos padres
de familia el fracaso y la culpa por no haber ofrecido el tiempo necesario para
dialogar y entender los conflictos que afronta un adolescente en su etapa de
desarrollo, la necesidad de autonomía, el tener que valerse por sí mismo. Son momentos
críticos que se agudizan cuando no encuentra la calidez y compañía de los
adultos. Además existe el deseo de experimentar, de ganarse un status de “yo sé
lo que es eso”, sentirse autónomos, independientes y obtener un aprendizaje de vida
que los lleve a descubrir la figura de adulto que desean ser.
Sin embargo esta búsqueda de experiencia que lo
llevará a la formación de su identidad personal con su grupo social, amical o
sentimental, cuando se precipita y se quiere conseguir “a cualquier costo”
conlleva a comportamientos disfuncionales que atentan contra su formación
integral. Es cierto que no siempre es fácil para los padres establecer canales
de diálogo con sus hijos. Los adolescentes tienden a expresar rechazo y alejarse
del cuidado o protección del adulto, esto en razón de no entender lo que
representa la búsqueda de autonomía y la afirmación de la identidad.
En relación a ello Rachael Kessler, fundadora de
PassageWork Institute y autora de diversas publicaciones sobre alfabetización
emocional en el ámbito educativo y de los jóvenes, propone siete formas de
ayudar al adolescente a conectarse con el mundo exterior, ya que si desarrollan
un sentido de conexión y de pertenencia al mundo no necesitarán provocar
sensaciones y situaciones de peligro para sentirse vivos ni necesitarán armas
para sentirse poderosos, refiere la autora.
Y
Hay que ayudarles
en la búsqueda del significado y del sentido de la existencia. ¿Cómo? Enseñarles
que cada día es único e irrepetible, que hay que afrontar los problemas con
creatividad, que hallar en el día a día un objetivo, por más sencillo que sea, es
valioso y que lo que ocurra en su vida, sea bueno o malo, implica un
aprendizaje.
Y
Respetar la necesidad de silencio y soledad que
favorece la formación de la identidad y la identificación de las metas
personales.
Y
Reconocer el deseo de los jóvenes de ir más allá de
sus límites, con experiencias y encuentros intensos en campos diversos, como
las artes, el atletismo, la naturaleza, el mundo académico, las relaciones
humanas.
Y
Nutrir su deseo de experimentar la alegría y la
felicidad.
Y
Animar las incursiones en el terreno creativo (es
probable que ese sea el ámbito más habitual actualmente para la conexión entre
el adolescente y el mundo exterior).
Y
Promover los hitos que marcan de forma clara una
iniciación y las herramientas para hacer transiciones y separaciones, para
ayudarles a descubrir y ejercer sus propias capacidades.
Y
Alimentar su necesidad de pertenencia y conexión:
darles la seguridad de que su entorno les conoce y apoya, ayudarles a
desarrollar su identidad personal y apoyar su necesidad de autonomía, que es
una constante vital en el desarrollo del adolescente.
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