Sentada al pie de su cama,
Inés busca respuestas a tan intenso dolor que le revienta en el pecho, la
pesada culpa y la vergüenza que carga en la espalda la agobian. Ha asistido al
médico por ese fuerte dolor, pero le dicen que es estrés, que todo es
psicológico.
Su día transcurre entre cuidar
a su hija de año y dos meses y en atender el reciente negocio de venta de
menús, que ofrece a los vecinos sin lograr aún el éxito que esperaba. Desde
hace casi un año calla un sentimiento tóxico que no la deja concentrarse, según
ella es un secreto, sin embargo todos los
vecinos murmuran al detalle un secreto a voces; Ramiro, su conviviente es
consumidor de drogas y le gusta la buena vida.
Se conocen desde los 13 años,
eran patas de barrio, siempre hubo atracción entre ellos, él era el líder del
grupito, zalamero, con mucho floro, con
buenas calificaciones en el cole y conocido por su buen desenvolvimiento en las
exposiciones; ella sabía que había tenido algunos problemas en el colegio y
había sido suspendido por llevar “hierba” en el canguro; cada vez que contaban
eso entre los patas, era el alegre relato del cual todos se vacilaban, ¡claro!
Ramiro sacaba pecho cuando hablaban de él y sus hazañas. En aquella época, entre
ellos dos solían pasar cosas como besos y abrazos pero para su desgracia nunca
se formalizó nada.
Pasaron muchos años sin verse,
siguieron caminos distintos, Inés se independizó de casa a los 20, tenía muchos
rollos con sus padres, en casa se respiraba aires de tensión, necesitaba salir
de allí. Su madre peleaba mucho con su papá por sus infidelidades, la madre aconsejaba
siempre a sus hijas tener cuidado con los hombres “¡ellos son unos desgraciados
como su padre, irresponsables... cuidado con lo que elijan!”.
Un día de vuelta al barrio,
Inés se encontró con Ramiro, la conexión fue inmediata, ella había terminado
una relación de 3 años recientemente, y él estaba solo, le gustó su “actitud
relajada” o lo que para ella era “seguridad”, además que fuera músico, su mente la proyectó,
tocando en grandes escenarios ¡loca proyección que hizo!…. Hace 4 años que
conviven, y en honor a la verdad ella ha sido el soporte del hogar durante ese
tiempo.
Ramiro debido a su chamba como
músico ensaya interdiario y toca los fines de semana con su banda en un antro
del Centro. La convivencia le ha hecho ver a Inés, que no es el Ramiro que ella
tenía en el recuerdo, es más bien un pata con pocas expectativas, apático,
desanimado, conformista con el estilo de vida que tiene, y se contenta con el
dinero que le envía su madre desde Italia. Inés está harta que el cuarto donde
viven huela a marihuana casi todo el tiempo. Cuando habla con ella sobre “los
malos hábitos de su hijo”, ella termina colgando el teléfono como si no quisiera
escuchar. Ramiro repite todo el tiempo que es lo más sano que puede existir,
“que lo puesto en la tierra es una bendición”, que ella es prejuiciosa y que lo
deje vivir en paz. Por otro lado, el día a día para ella es pesado, confuso, no
tiene a donde ir, el día domingo, luego de su juerga, decidió encararlo,
decirle que se iría de casa con su hija, pero él la agarró del cabello y la
arrastró hasta la puerta diciéndole “si te quieres ir, vete”.
Inés siente vergüenza de solo
pensar que dirán sus padres y sus hermanas, le cuesta pedir ayuda, para ella es
una estocada en el orgullo de mujer fuerte e independiente que se hizo sola
desde chibola. En el fondo ha descubierto que es frágil e insegura, se siente
tonta y se dice a si misma diariamente “yo sabía que consumía drogas, porque me
metí con él”. Como una película pasan por
su mente, imágenes interminables y que no la dejan concentrar, una especie de
Ramiro bueno, el chico con el que siempre quiso estar y que ahora desea tenerlo
mil metros lejos.
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